jueves, 12 de noviembre de 2015

LOS JARDINES COLGANTES

Juan Manuel Pérez García
Escritor, editor y docente

Una de las siete maravillas del mundo antiguo que cautiva la imaginación del hombre y de la cual se narran gran número de leyendas, pero hasta la fecha no hay evidencia arqueológica que confirme su existencia.

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Editoriales | Académicos

Mesopotamia, patria bendecida por los afluentes del Tigris y el Éufrates. Llanura aluvial, tierra fértil. Paraíso edénico rodeado por la estepa y el desierto. Senaar, en hebreo. El país de Babel, Erec, Acad y Calme, comienzo del reino de Nimrod, vigoroso cazador, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. Miyanrudan, en persa. La tierra entre ríos, conquistada por Ciro, tras la muerte de Baltasar. Asiento de Babilonia y Nínive, ciudades deseadas y temidas, admiradas y deshonradas.

Territorio donde se forjaron los pasajes legendarios de héroes como Ziusudra, Enmerkar, Lugalbanda y Gilgamesh. Región gobernada por reyes carismáticos, poderosos, sabios y, en algunas ocasiones, terriblemente crueles. Llegan hasta nosotros nombres como Sargón, Hammurabi, Senaquerib, Asurbanipal y Nabucodonosor. Dominio de Marduk, dios creador del universo a partir de las entrañas y los miembros desmembrados de Tiamat, la bestia cósmica, madre del caos y la oscuridad. Nación de Inanna e Ishtar, divinidades de la fertilidad, vacas de agradable mugido, hieródulas del cielo, vírgenes revestidas de amor, henchidas de seducción, encanto y voluptuosidad.

Muchas historias fantásticas se han creado y tejido entorno a este país, envuelto siempre por un hálito de misterio y exotismo. Ejemplo de esto es Babel, lugar mítico donde la lengua del hombre se confundió, como castigo a su soberbia, por construir una torre que alcanzara el distante cielo, bajo las órdenes de Nimrod; como se menciona en el libro del Génesis y quien fue conocido como Nino entre los griegos.

Semíramis, reina
de Asiria
Este gran conquistador tomó por consorte a una hermosa mujer llamada Semíramis. A ella la tradición griega la recuerda como la soberana quien, tras la muerte de su esposo, gobernó por 42 años un imperio que se extendía desde Etiopía hasta la India. Emperatriz prodigiosa que fundó un gran número de ciudades, entre ellas Babilonia, con una muralla de tierra cocida de gran altura rodeándola, con palacios magníficos y hermosos jardines colgantes. Urbe que sirvió de escenario en el trágico amor de Píramo y Tisbe, los jóvenes más bellos que el Oriente tuvo (Cf., Ovidio, 1998, p.49). Bellas leyendas que han conquistado el corazón de muchos incrédulos, con detalles románticos y coloridos, con ropajes de fantasía y portento; «pero todo esto es inventado, todo es producto de una galopante imaginación» (Asimov, 1983, p. 93).

Mesopotamia ha seducido durante milenios a un gran número de personas. Ellas se han visto atraídas por el arte, la cultura, la religión que los pueblos asentados en ella crearon; pero sin duda, son estas narraciones revestidas de esplendor y grandeza quienes más han cautivado la mente de los hombres. De éstas, todas aquellas que giran en torno a dos objetos legendarios se han destacado. Existen dos elementos que con mayor fuerza embelesaron la imaginación de la humanidad: la ciudad de Babilonia y los Jardines Colgantes. La primera, según la describe Herodoto:

La ciudad de Babilonia

Situada en una gran llanura, viene a formar un cuadro, cuyos lados tienen cada uno de frente ciento veinte estadios, de suerte que el ámbito de toda ella es de cuatrocientos ochenta. Sus obras de fortificación y ornato son las más perfectas de cuantas ciudades conocemos. Primeramente la rodea un foso profundo, ancho y lleno de agua. Después la ciñen unas murallas que tienen de ancho cincuenta codos reales, y de alto hasta doscientos.

El autor nacido en Halicarnaso continúa y afirma:

La ciudad está dividida en dos partes por el río Éufrates, que pasa por medio de ellas. […] La muralla, por entre ambas partes, haciendo un recodo llega a dar con el río, y desde allí empieza una pared echa de ladrillos cocidos, la cual va siguiendo las orillas del río. La urbe, llena de casas de tres y cuatro pisos, está cortada con unas calles rectas, así las que corren a lo largo, como las trasversales que cruzan por ellas y van a parar al río. Cada una de éstas últimas tiene una puerta de bronce en el muro que se extiende por las márgenes del Éufrates.

A todo lo anterior agrega:

En medio de cada uno de los dos grandes cuarteles en que la ciudad se divide, hay levantados dos alcázares. En el uno está el palacio real, rodeado con un muro grande y de resistencia, y en el otro un templo de Júpiter Belo con sus puertas de bronce. Este templo, que todavía duraba en mis días, es cuadrado y cada uno de sus lados tiene dos estadios. En medio de él se fabricaba una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro de espesor. Sobre esta se levanta otra segunda, después una tercera, y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho torres.

Alrededor de todas ellas hay una escalera por la parte exterior, y en la mitad de las escaleras un rellano con asientos, donde pueden descansar los que suben. En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro (Herodoto, Libro I, CLXXVIII-CLXXXI).

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Transcripción | Corrección | Reseñas

En la anterior descripción, Herodoto detalla elementos importantes de la ciudad de Babilonia. Uno de éstos es la alta y fuerte muralla que la protegía de ataques enemigos. Menciona que el afluente del Éufrates atravesaba a la metrópoli mesopotámica y la dividía en dos grandes sectores; los cuales, él mismo señala más adelante, se encontraban unidos por un puente, construido por otra reina, envuelta también por la leyenda, de nombre Nitocris. Habla sobre Etemenanki, zigurat consagrado al dios Marduk que la tradición hebrea inmortalizó en el libro del Génesis y es conocido como la Torre de Babel. Sin embargo, el historiador griego no hace mención alguna a los Jardines Colgantes.

Información precisa acerca de estos afamados vergeles provienen de otro escritor de la misma nación griega, pero del siglo I a. C., Diodoro Sículo, quien en su obra Biblioteca histórica dice:

Estaban también, junto a la acrópolis, los llamados Jardines Colgantes, obra, no de Semíramis, sino de un rey sirio posterior que los construyó para dar gusto a una concubina; dicen que ésta, en efecto, era de raza persa y sentía nostalgia de los prados de sus montañas, por lo que pidió al rey que imitara, mediante la diestra práctica de la jardinería, el paisaje característico de Persia.

Cada lado del parque tenía una extensión de cuatro pletros; su acceso era en talud, como el de una colina, y las edificaciones se sucedían unas a otras ininterrumpidamente, de modo que el aspecto era el de un teatro. Las terrazas fueron hechas de modo que bajo cada una de ellas quedasen pasadizos de fábrica, que soportaban todo el peso del jardín y se iban levantando en el escalonamiento, elevándose poco a poco los unos sobre los otros de un modo paulatino e ininterrumpido.

Más adelante menciona

Sobre éstas [terrazas] se había acumulado un espesor de tierra suficiente para las raíces de los árboles de mayor tamaño; el suelo, una vez que fue nivelado, estaba lleno de árboles de todas las especies que pudiesen, por su tamaño o por sus atractivos, seducir el espíritu de los que los contemplasen. Los pasadizos, al recibir la luz por encontrarse los unos más elevados que los otros, contenían muchas estancias regias de todo tipo; había una que contenía perforaciones procedentes de la superficie superior y máquinas para bombear agua, mediante las cuales se elevaba una gran cantidad del río, sin que nadie situado en el exterior pudiese ver lo que ocurría (Apud., Montero, p. 179).

Jardines
Colgantes
Esta descripción es muy detallada y nos permite imaginar el esplendor y belleza que tan magnífica obra pudo tener; así como la tecnología empleada en la misma, mediante la cual los arquitectos e ingenieros mesopotámicos resolvieron los inconvenientes que la edificación presentó; mas en la narración se puede observar una imprecisión geográfica. Si bien señala que los Jardines Colgantes no fueron obra de Semíramis, Diodoro asevera que fue un rey sirio posterior a ella quien ordenó su construcción. Queda claro como en el autor existe una confusión, que deja ver que entre los escritores grecolatinos existen muchas lagunas sobre Mesopotamia y las regiones que la circundan.

Estrabón fue un geógrafo e historiador griego contemporáneo del anterior, quien en su obra: Geografía, habla del mismo tema y contribuye a su conocimiento:

El jardín consta de terrazas abovedadas alzadas unas sobre otras, que descansan sobre pilares cúbicos. Éstas son ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas, y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto.

El piso más alto tiene escaleras para subir a él y conchas adyacentes a ellas mismas, mediante las cuales se lleva continuamente agua procedente del río Éufrates a los jardines por hombres colocados con este objeto. Pues el río fluye por el centro de la ciudad, ocupando la anchura de un estadio; los jardines están, por cierto, en la ribera del río (Apud., Bueno, p. 4).

Por otra parte el historiador judío-fariseo Flavio Josefo, que vivió en el siglo I d. C., en su obra: Contra Apión, menciona:

Nabucodonosor II construyó un nuevo palacio. En este palacio hizo construir altas terrazas de piedra, dándoles aspecto de colinas. Plantó árboles de todas clases, y ejecutó y dispuso el llamado jardín colgante, porque su esposa que había sido criada en Media, le gustaban los lugares montañosos (Apud., Bueno, p. 3).

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Poesía | Cuento | Regularización

Otro texto que ofrece datos sobre ellos es: Las siete maravillas del mundo (en latín De septem mundi miraculis), erróneamente atribuida a Filón de Bizancio, escritor, también griego, del siglo III a. C.; sin embargo el libro pertenece al siglo VI d. C., según los estudiosos. En él se dice:

Crecen allí los árboles de hoja ancha y palmeras, flores de todas clases y colores y, en una palabra, todo lo que es más placentero a la vista y más grato gozar. Se labra el lugar como se hace en las tierras de labor y los cuidados de los renuevos se realizan más o menos como en suelo firme, pero lo arable está por encima de las cabezas de los que andan por entre las columnas de abajo.

Las conducciones de agua, al venir de fuentes que están en lo alto a la derecha, unas corren rectas y en pendiente, otras son impulsadas hacia arriba en caracol, obligadas a subir en espiral por medio de ingeniosas máquinas. Recogidas arriba en sólidos y dilatados estanques, riegan todo el jardín, impregnan hasta lo hondo las raíces de las plantas y conservan húmeda la tierra, por lo que, naturalmente, el césped está siempre verde y las hojas de los árboles, que brotan de tiernas ramas, se cubren de rocío y se mueven al viento. La raíz, nunca sedienta, chupa el humor de las aguas que corren por doquier y, vagando bajo tierra en hilos que se entrelazan inextricablemente, asegura un crecimiento constante de los árboles. Es un capricho de arte, lujoso y regio, y casi del todo forzado, por el trabajo de cultivar plantas suspendidas sobre las cabezas de los espectadores (Apud., Bueno, p. 3).

Jardines Colgantes

Muchas son las diferencias entre cada una de las versiones anteriores. Grandes son las especulaciones que entorno a los Jardines Colgantes se han creado, pero realmente son pocas las evidencias de su existencia. Diodoro Sículo, Estrabón, Flavio Josefo y el texto Las siete maravillas del mundo, todos ellos son muy posteriores a la existencia de esta legendaria edificación.

En el año 484 a. C. el rey persa Jerjes saqueó Babilonia después de una rebelión y ordenó quitar la estatua de oro de Marduk. Con esta acción: «Desapareció el espíritu de la vieja cultura que provenía de las antiguos sumerios, muertos ya hacía algún tiempo, y empezó la decadencia final» (Asimov, 1983, p. 153). En el 330 a. C., Alejandro Magno destruyó la nación persa e intentó fijar en Babilonia la capital del nuevo imperio. Ordenó la reconstrucción de los grandes templos, pero su muerte impidió sus cometidos.

Más tarde los generales del conquistador macedonio se repartieron el vasto territorio adquirido en largos año de lucha. Uno de ellos, Seleuco, se proclamó soberano de Palestina, Siria, Mesopotamia y las provincias iranias, creando con ello el Imperio Seleucida. En el año 312 a. C., dicho gobernante comenzó a construir una nueva ciudad en el Tigris, a unos 55 kilómetros al norte de Babilonia que se llamó Seleucia.

A medida que Seleucia creció, Babilonia declinó. Los mismos edificios de la vieja ciudad fueron desmantelados para contribuir a la construcción de los nuevos. La entrada de Seleuco a Babilonia, pues, fue el último suceso de nota de esta ciudad, la última huella que dejó en los libros de historia. Después, no fue más que una ciudad en lenta decadencia, luego una aldea en lenta decadencia y más tarde… nada (Asimov, 1983, p. 171).

Como se puede observar ninguno pudo tener referencias verdaderas de los Jardines Colgantes, de su emplazamiento exacto, de su apariencia, porque cuando ellos redactaron sus obras, habían transcurrido siglos, incluso un milenio, en el caso del texto Las siete maravillas del mundo. El único quien pudo realmente contemplar tan portentosa edificación fue Herodoto, quien vivió entre el 484 y el 425 a. C.; después de que el rey persa Jerjes saqueara y castigara a Babilonia y se iniciara la decadencia de esta urbe. Sin embargo, en Los nueve libros de la historia, él no hace ninguna mención a ellos.

Nabucodonosor
Ante todo lo anterior, es imposible no cuestionarse la real existencia de esta maravilla del mundo antiguo o, en su defecto, que su emplazamiento realmente se encontrara en Babilonia; como la tradición ha repetido más como una leyenda, que como una verdad comprobada. Hasta la fecha no existe evidencia arqueológica que demuestre su presencia en esta metrópoli. Sumado a lo anterior, como menciona Juan Luis Montero Fenollós, «llama la atención un hecho: ningún texto de los que conocemos del rey Nabucodonosor II (y son muchos) menciona tales jardines en Babilonia» (Montero, p. 179).

La respuesta a todas estas interrogantes parece haberla encontrado la doctora Stephanie Dalley, del Instituto Oriental de la Universidad de Oxford, quien en los años noventa publicó un artículo titulado: «Niniveh, Babylon and the Hanging Gardens: cuneiform and Classical Sources Reconciled». En él explica como encontró un texto cuneiforme, donde indica que los Jardines Colgantes fueron edificados no en la ciudad de Babilonia, sino en la capital asiria de Nínive, por orden no de Nabucodonosor II, quien fue soberano de toda Mesopotamia entre el 605 al 562 a. C., sino por Senaquerib, quien vivió cien años antes que el anterior y reinó entre el 705 al 681 a. C.

Estos datos también comprueban la veracidad en la afirmación que proporciona Diodoro Sículo, cuando dice que: «los llamados Jardines Colgantes, obra, no de Semíramis, sino de un rey [asirio] posterior que los construyó para dar gusto a una concubina». Al igual que en el caso anterior, separan casi cien años entre Semíramis, con su esposo Nimrod o Nino ―cuyos nombres verdaderos son Sammu-rammat y Tukulti-Ninurta― y el rey Senaquerib. También, más que una confusión geográfica entre Siria y Asiria, es un error ortográfico.

Relieve en la ciudad asiria de Nínive

A todo lo anterior se suma el hecho, que Stephanie Dalley encontró, en el Museo Británico, un bajorrelieve procedente de Nínive, donde se muestra el complejo palaciego integrado por el alcázar y el jardín, con árboles que cuelgan en las terrazas y plantas suspendidas sobre arcos. Con estos elementos, surge una nueva hipótesis: a pesar de que la tradición indica, que los Jardines Colgantes se localizaban en Babilonia y fueron una obra edificada durante el reinado de Nabucodonosor II, parece ser que el verdadero artífice de tan magnífica construcción fue Senaquerib y que estos vergeles se ubicaban en la ciudad de Nínive, capital del Imperio Asirio.

Por otra parte, tal vez como sucedió con el zigurat consagrado a Marduk, el cual se recuerda, dentro de la tradición hebrea, como la Torre de Babel, los Jardines Colgantes sean el Paraíso Terrenal descrito en el libro del Génesis; ya que existen grandes similitudes entre el texto bíblico y Las siete maravillas del mudo: «Yavé Dios plantó un jardín en un lugar del Oriente llamado Edén, y colocó allí al hombre que había formado. Yavé Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, agradables a la vista y buenos de comer» (Gen 2:8-9); «Crecen allí los árboles de hoja ancha y palmeras, flores de todas clases y colores y, en una palabra, todo lo que es más placentero a la vista y más grato gozar» (Apud., Bueno, p. 3).

Jardines Colgantes
Semíramis, Nabucodonosor o Senaquerib. Babilonia o Nínive. Todo esto sin duda no importa para quien ha imaginado esta maravilla del mundo antiguo. No importa que no exista una prueba arqueológica concluyente de su existencia. Los artistas del mundo seguirán representando en sus óleos o en escenarios virtuales, la versión que cada uno forjó en su mente y la compartirá con el mundo; invitando a la humanidad a soñar con unos jardines, que buscaban mitigar la nostalgia de una mujer, quien añoraba los paisajes serranos de Media o Persia.


Referencias bibliográficas
ASIMOV, Isaac. El cercano oriente, tr. Néstor A. Míguez, 5a ed. México, Alianza Editorial, 1983 (El libro de bolsillo 768).
HERODOTO. Los nueve libros de la historia. México, Porrúa, 2000 (Sepan cuantos... 176).
OVIDIO. Las metamorfosis. México, Porrúa, 1998 (Sepan cuantos 316).

Referencias electrónicas
BUENO, Francisco. «El jardín mesopotámico» (noviembre 11, 2015).
MONTERO Fenellós, Juan Luis. «Babilonia y Nabucodonosor: Historia antigua y tradición viva» (noviembre 11, 2015).

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1 comentario:

  1. Maravilloso relato muy documentado.
    Gracias por difundir.

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