miércoles, 8 de julio de 2020

TRAJES MEXICANOS

(Campesinos o rancheros)
Ilustración de Niceto de Zamacois
Escritor, historiador y periodista

El ranchero fue un personaje representativo en la sociedad mexicana en el siglo XIX. Su vestimenta fue vista por los extranjeros «con interés y gusto».

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Editoriales | Académicos

Los campesinos conocidos en España con el nombre de aldeanos y el fértil suelo de Moctezuma en el de rancheros, derivado de la palabra rancho, aplicada en la república mexicana a todo lugar en que hay algunas casuchas habitadas por los que se ocupan en todo aquello que pertenece al campo, son los que forman verdaderamente el tipo nacional, tanto por las costumbres originales que los distinguen, cuanto por agradable y pintoresco traje que visten.

El ranchero mexicano es hombre franco, sencillo, valiente y hospitalario: sus costumbres son puras, sus necesidades pocas, su ambición ninguna, su diversión favorita el caballo, su arma temible el lazo y a nadie cede en nobles sentimientos. Promuévasele alguna conversación de un asunto difícil y después de manifestar un talento natural y despejado, concluirá diciendo con franqueza, que teme haberse equivocado y añadirá luego estas palabras, que revelan su decidida afición a la vida del campo:

—Señor amo, yo en eso de que me ha platicado su mercé, no estoy ducho: a mí hábleme su mercé de colear un toro, de montar una mula serrera, de lazar y a esto me rifo con el mejor, lo digo quedito y recio, aquí donde quera. Sí, señor amor, no es por echarme de lado; pero en mi caballo jobero, ¡ave María Purísima!, no le tengo miedo a naiden. ¡Ah! qué jobero, señor amo; solo le falta hablar, señor amo; pero en lo demás, con perdón de su mercé, tiene más entendimiento que yo. ¡Ah! ¡qué cuaco tan desengañado!, lo mesmo es que devise que echo mano al machete, cuando él solito se va. ¡Buen cuaco, señor amo, buen cuaco!

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Transcripción | Corrección | Reseñas

Indígena y ranchero
mexicanos
La diversión favorita de los rancheros es, cuando tratan de celebrar alguna boda u otro acontecimiento notable, el travesear con los animales, como ellos dicen; y la cual tiene efecto en un gran corral, en que soltando un toro, corren tras él a caballo, y asiéndole, el que primero le alcanza, con la mano derecha de la cola, y alzando en el acto la pierna, a lo cual llaman meter arcion, y colocándola sobre el brazo para afirmar este, logran derribar al toro, siguiendo el caballo a toda velocidad la carrera: a esto se agrega el lazar, lo cual lo hacen también a caballo, provistos de una larga reata, que formando al arrojarla sobre la bestia que se trata de coger, un lazo corredizo abierto, cae sobre el punto que ellos quieren, y afianzando entonces el extremo de la reata en la cabeza de la silla, sobre la cual están montados, el animal lazado, que continúa corriendo, se ve detenido de repente por el lazo que se cierra violentamente.

Pero si peligrosas y varoniles son ambas cosas, no lo es menos lo que los rancheros llaman bordear al becerro, lo cual consiste en lanzarse a pie, sin temor sobre la tierra y apoderándose con una mano de la oreja derecha y con la otra del morro, torcer con un violento esfuerzo el pescuezo del animal, logrando de esta suerte derribarlo en tierra.

Examinemos ahora el traje del ranchero, de ese hombre que parece que le han clavado a la silla del caballo, según lo firme y bien sentado que va en ella. ¿Qué vestido más propio para montar sobre un arrogante alazán que el suyo? Los extranjeros lo miran con interés y gusto, y aplauden entre sí la feliz idea del que lo inventó, como la aplaudí yo, cuando al venir de España puede admirar tan pintoresco traje.

Veamos detenidamente a ese ranchero que está de pie en la estampa correspondiente a este artículo y que figura que acaba de desmontar: veámosle, repito, vestido al uso enteramente nacional del campo, con calzoneras abiertas con botonaduras de plata, dejando ver un ancho calzón blanco, sujetado este un poco más abajo de la rodilla, por la bota campanera, bordada de colores, que cae hasta cubrir casi enteramente al pie y asegurada por una hermosa liga, entre la cual y la bota, lleva un cuchillo en vaina de acero para cortar la reata: su airosa cotona, especie de chaqueta que participa de la hechura del jubón y de la chaquetilla que usan los andaluces, de cuero café y sobre cuyos hombros y espalda cuelgan porción de alamares de plata; su redondo sobrero jarano de anchas alas, galoneadas con cinta de oro, grandes chapetas de plata, gruesa toquilla de oro con amarres de plata, su encarnado ceñidor de seda con borlas de oro caídas hacia atrás, una riquísima manga de paño morado, galoneada del mismo metal y colocada sobre la cabeza de la silla, guarnecida también de plata; figurémosle antes de apearse, sentado sobre un arrogante caballo obediente a la brida, cubierta la redonda anca del brioso animal, con una vistosa anquera, como la que manifiesta el corcel del que está montado, llevando la temible reata en los tientos y la espada colgada en la cabeza de la silla y colocada debajo de la pierna para que no vaya molestando con el movimiento del caballo y tendremos una idea exacta de lo que es el ranchero mexicano.

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Poesía | Cuento | Regularización

Familia indígena
En la estampa a que hace referencia este artículo, el dibujante ha colocado al ranchero y al indio, únicos que se ocupan en hacer producir la tierra, con la mayor naturalidad y perfección. Al primero le ha dado aquel aire simpático que revela un corazón independiente y franco, a la vez que al segundo le presenta con esa humildad y abatimiento que manifiesta una alma apocada que le constituye en un ser sumiso, degradado y servil.

No hay más que ver el miserable traje que viste, para que podamos comprender la triste vida que pasa: ahí lo tenéis desprovisto de camisa y mal cubierto el pecho y la espalda con un pedazo de jerguilla de ordinaria lana tejida por él y formado el resto de su vestido un sucio calzón de tela ordinaria de algodón, un asqueroso sobrero de paja o de petate como él le llama y son otro calzado que el de la mugre y el lodo que ostenta en unos pies que jamás lava.

El otro grupo forma el complemento de la miseria y de las ningunas exigencias de esa raza que tanto ha degenerado de los antiguos aztecas: ahí tenéis a ese muchacho en camisa y provisto de un gran palo, derribando las tunas, (higos chumbos) que le producirá a la familia en el mercado, un real o real y medio; sentada y debajo del tunal, yace tranquila la india, de tez bronceada, nariz chata, ojos grandes negros, pelo grueso de azabache y lacio, entrelazadas las trenzas con cordones de lana encarnada, cubiertos los hombros con una tela de lana listada de colores, a que dan el nombre de quitzquémel y que metiendo la cabeza por una abertura que tiene en medio, cae sobre el pecho y la espalda; que ostenta por enaguas una tela ordinaria de lana azul listada y raída ceñida al cuerpo, sostenida por ancho ceñidor de algodón y sin otro calzado que aquel que usó Eva antes de comer la fatal manzana.

El indio viene a ser como el criado del ranchero; el triste peón que trabaja todo el día por dos reales; que vive en una miserable choza, sin más cama que un petate, ni más sábanas que la raída frazada que de día le sirve de capa y que no tiene otros días de recreo, que aquellos en que se celebra la fiesta del santo de la Iglesia o capilla del pueblo o rancho en que vive.


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