miércoles, 8 de julio de 2020

EL CALVARIO

(CARTA XLI)

Celebración concurrida en el antiguo pueblo de San Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, en el siglo XIX, fue la «Pascua del Espíritu Santo» o Pentecostés. A ella acudían personas de todas partes de la Ciudad de México a la Capilla del Calvario.

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10 de junio

¡Hace ya un año que os escribía de San Agustín! Se fue un año volando para sumarse al giro del siglo. Y otra vez, en una mañana resplandeciente de junio, salimos para el hospitalario San Antonio, adonde estábamos invitados a desayunar y a pasar la noche del segundo día de la fiesta. Nos encontramos con una brillante concurrencia: la familia de la casa con todos sus vástagos, el ex ministro Cuevas con su hermosa cuñada; La Güera Rodríguez con una de sus guapas nietas (hija del Marqués de Guadalupe, que hace su primera aparición en sociedad), y otras varias agradables personas.

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Transcripción | Corrección | Reseñas

El Calvario:
concurrencia
a las fiestas
San Agustín parecía aún más alegre y más concurrido que en el año anterior. Pasamos el día con los Escandón, y con ello fuimos a un palco en la Plaza de los Gallos, espectáculo que no tenía ningunos deseos de volver a ver, debo confesarlo, pero fui en obsequio de los que aún no lo habían visto.

El coup d’oeil era por demás alegre y llamaba la atención los progresos que han hechos las señoras en su manera de vestir desde el año pasado. Ninguna de las más elegantes llevaban diamantes o perlas. Los sombreros eran casi todos parisienses, y también la mayoría de los trajes.

Uno de los palcos parecía un verdadero parterre de flores. Las señoras de nuestro grupo llevaban vestidos y sobreros tan sencillos, tan frescos y elegantes como pudieran verse en cualquier parte del mundo. Una joven heredera y con título, recién llegada de sus lejanas posesiones, llevaba un vestido de raso rosa y sombrero de plumas, y pudimos notar que, de acuerdo con la antigua costumbre que priva a San Agustín, cambió de vestido cuatro o cinco veces al día.

Pero en vano se acicalan las señoras, en vano sonríen, en vano tratan de realzar su belleza; bien poco se piensa en ellas estos días en comparación del todopoderoso, del que todo lo infesta; y aun se susurra que una de las causa de que San Agustín este año se vea más concurrido que de costumbre, se debe a que muchas casas de comercio están amenazadas de quiebra, por lo que sus jefes o sus administradores se encuentran aquí con la exasperada esperanza de rehacer sus maltrechas fortunas.

En muchas casas particulares se organizan pequeñas partidas de juego entre los que no les agrada mucho frecuentar las públicas; más todo el mundo, unos más y otros menos, está interesado, hasta los extranjeros, hasta las mujeres, hasta nosotros. De cuando en cuando llegan noticias, siempre recibidas con profundo interés, acerca de las fluctuaciones de las bancas, de las pérdidas y ganancias de tal o cual persona, o sobre el resultado de una vaca (especie de bolsa en común en la cual cada uno de los jugadores pone dos o tres onzas). Suelen ser estos noticieros unos trotacasas de juego que exponen solo algunas onzas y prefieren la sociedad de las damas a la de los talladores de Monte. Por lo general, son extranjeros, principalmente ingleses.

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Poesía | Cuento | Regularización

El Calvario:
concurrencia
a las fiestas
El camino al Calvario, donde como es costumbre había un baile esta tarde, estaba atascado por un sinfín de carruajes, y el cerro mismo cubierto de un gentío que bailaba alegremente cuanto se lo podía permitir la enorme multitud. Esto era realmente de un popular tolerable. Las mujeres, por la mayor parte, estaban vestidas como solían vestirse las pertenecientes a las mejores clases de México años atrás, no muchos quizás (y como todavía van muchas en el campo), con vestidos con blondas, enaguas cortas, medias de seda caladas y zapatos de raso blanco, y una variedad de sombreros extravagantes nunca vistos desde los días en que les Anglaises pour rire pusieron por primera vez el pie en las playas galicianas.

Algunos parecían diminutos campanarios; otros, morriones; los había como pilones de azúcar, y los más eran, al parecer, hijos de la circunstancia y para salir del paso. Promiscuaban los sombreros con algunos graciosos y bonitos vestidos de Herbault y de París, pero pertenecían a clases más elegantes. La escena resultaba divertida por su variedad; pero no nos quedamos mucho rato, porque amenazaba lluvia. Cuando volvimos la vista hacia el cerro, nos pareció ver una multitud de mariposas bailando con hormigas negras.

Regresamos a la casa de los Escandón para cenar; la comida estuvo magnífica y enteramente a la francesa. Había como veintiocho personas, y algunas de ellas tenían más bien cara de haber perdido en el juego. Hubo música después de comer y se conversó acerca de las ocurrencias y los pronósticos del día, hasta que fue tiempo de vestirse para ir al baile a la plaza.

Madame Calderón de la Barca


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