Escritor, historiador y periodista
Una de las actividades predilectas en nuestro país es el comercio y en la Ciudad de México, durante el siglo XIX, se edificaron distintos edificios para ello. El mercado de Iturbide fue un lugar donde concurría un variopinto sector de la sociedad.
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A bastante distancia del centro de la ciudad y en punto que hace poco solo era una solitaria, sucia y repugnante plazuela, se descubre hoy pintoresca Plaza del mercado, que lleva el nombre del héroe de la Independencia de México, del inmortal Iturbide, tan grande como desgraciado.
El noble pensamiento de construir el edificio que nos ocupa, fue concebido por el Excmo. Ayuntamiento y la primera piedra la colocó el presidente de la República, D. José Joaquín de Herrera, el domingo 13 de mayo de 1849.
El arquitecto a quien se encomendó tan útil y necesaria obra, fue D. Enrique Griffon, bajo cuya dirección se terminó satisfactoriamente el día 21 de diciembre de 1849, esto es, a los siete meses de haberla empezado.
Transcripción | Corrección | Reseñas |
Comerciantes y compradores |
El edificio tiene de frente 40 varas y 20 de fondo: 108 tiendas interior y exteriormente, casi todas convertidas en carnicerías y tocinerías, una fuente en el centro y seis puertas, dos al Oriente, dos al Poniente, una al Sur y otra al Norte.
Aunque al expresado edificio se le da el nombre de plaza, esta sin embargo, no se reduce a él solo, sino que compone otro gran espacio de terreno, en medio del cual se encuentra el primero; terreno que está circundado por un balaustrado de madera, como se ve en la litografía a que acompaña este artículo y en el cual las verduleras, fruteras, queseras y los indios que venden tasajo, mantequilla, chorizos y gallinas, yacen bajo los sombrajos que cada cual coloca para guarecerse de los abrasadores rayos del sol.
Poesía | Cuento | Regularización |
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En otro lado veremos a la sucia cocinera, al aguador acarreando agua de otra fuente que está junto a los sombrajos, al mendigo, al militar y, por último, a toda esa granuja o conjunto de muchachos sin oficio ni beneficio, que pululan por las plazas y que se ocupan en ver lo que pueden coger de aquello que pertenecen al prójimo.
Pero el sonido de las campanas de esas dos iglesias, llamadas San Juan de la Penitencia y San José, cuyas torres se ven detrás del edificio de la plaza, llaman en este instante a misa a todos los fieles y por lo mismo es preciso terminar aquí el artículo, para cumplir con uno de los deberes del cristiano.
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