Escritor, historiador y periodista
Durante el siglo XIX, el Teatro Iturbide fue el más elegante y cómodo en la Ciudad de México. Inmueble que destaca por sus galas, es hoy sede del Congreso de la Ciudad de México.
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Que México es la ciudad de todas las Américas que cuenta con mayor número de buenos, sólidos y costosos edificios, es una verdad innegable y reconocida por todos los viajeros, y verdad que cada día se patentiza más y más con las grandiosas fábricas que se elevan sobre los cimientos de antiguas casuchas que se han derribado y en las solitarias plazuelas en que hace poco se veían algunas que otras tiendas de apolillada madera, ocupadas por ropavejeros. La plaza del Volador, que está junto al Palacio Nacional; la de San Juan y en la que se hallan las hermosas casas que ocupan el frente del Hospital de Jesús, no eran, hace algunos años, más que puntos repugnantes, cubiertos de miserables tendejones de débiles tablas, en que se vendían fierro viejo, ropa usada, tomos de obras incompletas y otras baratijas, que daban un aspecto triste al resto de la ciudad.
¿Y qué otra cosa era la plazuela del Factor, antes que al infatigable don Francisco Arbeu le ocurriera construir en ella el magnífico teatro de Iturbide que hoy admiramos? Un sitio ocupado por lúgubres barracas, convertidas en sucias barberías, destinadas a la gente más pobre de la sociedad.
Sí; esto fue la plazuela del Factor hasta el día 16 de diciembre de 1851, en que el señor Arbeu, después de haber vencido todos los obstáculos y de conseguir gruesas cantidades de varios particulares y del Excmo. Ayuntamiento, logró ver colocar la primera piedra del suntuoso edificio que se ha ido construyendo con algunas interrupciones y que se estrenó el domingo 3 de febrero de 1856, con un brillante baile de máscaras.
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Palcos del Teatro Iturbide |
Pero si agradable es la vista que presenta el exterior del edificio que nos ocupa, sorprendente y maravillosa es la que el observador advierte al penetrar en el interior: el lujoso local, destinado a los espectáculos dramáticos y que es el que representa la presente litografía, está ostentando por todas parte el oro y la plata, diestramente colocados en los selectos adornos y delicadas molduras de las risueñas y delgadas columnas que dividen los bien repartidos palcos.
En primer término preséntanse 18 sobresalientes plateas, en que la maestría del hábil dorador, rivaliza con la sencillez y gusto del arquitecto: encima de estas pintorescas plateas, admírase un delicioso anfiteatro corrido, que volando, por decirlo así, sobre las primeras bancas del patio, queda descubierto a los ojos de los concurrentes: anfiteatro lindísimo y lugar el más a propósito, para que las hermosas y esbeltas hijas de este pintoresco suelo, puedan lucir sus ricos y elegantes trajes.
Al apartar la vista de este punto y alzarla para seguir el examen de la belleza del salón, preciso es detenerse en los 17 palcos primeros y en los segundos, que son 21, así como en la llamada tertulia, que viene a formar una especie de palcos terceros, sobre los cuales se descubre la cazuela, cómoda, lujosa y rica, como el resto del edificio.
Al reflejar las blancas y brillantes luces de la magnífica araña de cristal que adorna el teatro, en las exquisitas molduras y adornos de oro y plata, de las ligeras columnas de esos palcos y en los riquísimos vestidos de las bellas, cuanto amables mexicanas, de ojos negros y labios de encendido coral, el observador se extasía y se juzga transportado a uno de esos palacios encantados, que nos descubren en los fantásticos cuentos de las hadas.
A la hermosura indescriptible, que en el salón se advierte, corresponden la comodidad y el aseo que por todas partes reinan.
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Representación en el Teatro Iturbide |
Pero no solo a las personas acomodadas, abandonadas en los primeros lugares, les están reservados esos salones de recreo y de desahogo, sino que también a los concurrentes a la tertulia y cazuela, se ha atendido con amplias salas, colocadas en lugar cómodo y conveniente.
El escenario es bastante espacioso y el arco del foro, digno de figurar en los mejores teatros de Europa. Las decoraciones, pintadas por el hábil artista mexicano don Manuel Serrano, así como las figuras mitológicas, colocadas en el magnífico cielo raso y debidas a la inteligencia del expresado pintor, son bellísimas, frescas y bien acabadas.
Don Francisco Arbeu, que concibió el pensamiento de esta obra, que dará siempre honor a México, se ha hecho digno a la gratitud de sus compatriotas, y a que la posteridad le consagre un recuerdo, tanto por el infatigable celo y constancia con que llevó a cabo la grande empresa del Teatro Nacional, en que sepultó su fortuna por dar a sus país esplendor y brillantez, como por la nueva obra que hoy se eleva majestuosa, en un lugar que en otro tiempo no contaba más que con casuchas de viejos tablones, destinadas a miserables barberías y tiendas de ropa vieja.
El costo del edificio ha ascendido a 180 000 duros y la primera comedia representada en él, e intitulada: ¿Y para qué?, producción del aprovechado joven mexicano don Pantaleón Tovar, fue desempeñada por la señora doña María Cañete, excelente actriz española; doña Manuela Francesconi, también española; doña Josefa García, compatriota de la primeras; don Juan Mata, español, y uno de los mejores actores que han venido de la península; don Manuel Fabre, español también y excelente galán joven, debiéndose contar entre la compañía dramática, aunque no trabajó esa noche, al aprovechado y distinguido actor mexicano don Antonio Castro, a quien siempre el público recibe con espontáneos aplausos.
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