martes, 30 de junio de 2020

EL BOSQUE DE CHAPULTEPEC


Los habitantes de la Ciudad de México, en el siglo XIX, tenían como principal lugar de paseo y recreación el bosque de Chapultepec, gracias a la belleza y majestuosidad de este lugar.

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Editoriales | Académicos

¿Qué fue de aquellos hermosos vergeles, de aquellos bosques magníficos que los reyes de Tenochtitlan y de Texcoco plantaron, en los días de su grandeza, de su poder y de su gloria?... ¡Todo fue devastado por la barbarie de los conquistadores!

¡Solo tú, bosque grandioso, has sobrevivido a tanta devastación y a tantas ruinas! Tú embelleces todavía con tu frondosidad, con tu verdor y con tus sombras, ese sitio de tantos recuerdos, tan silencioso y lleno de misterios. Todavía en tu recinto se levantan excelsos, robustos y lozanos, aquellos ahuehuetes, bajo cuya sombra reposó Cortés y la hechicera Malitzin, Moctezuma y sus concubinas, y sus guerreros valerosos. Todavía esos árboles gigantescos cubren con su ramaje la alberca en que se bañaron tantas hermosas indias del harem de aquel sultán y se oye aún, junto a esa alberca, aquel mismo murmurio que adormecía a los príncipes de Anáhuac, cuando reposaban en el regazo de sus queridas, después de una victoria.

Todavía, recorriendo tu recinto, podemos seguir aquellas sendas por donde vagaban los guardias de la corte, cazando pájaros y alimañas; y cuando vuelan las aves entre las selvosas ramas de tus árboles, parece que silban en el viento las flechas que disparaban aquellos cazadores. ¡Porque bajo tus bóvedas de verdura, en la espesura de tus excelsos ahuehuetes y en tus veredas tortuosas y sombrías, por todas partes hay recuerdos, por todas partes aparecen esas memorias de lo pasado, que por sí solas bastarían para hacerte, como eres, tan hermoso!

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Transcripción | Corrección | Reseñas

Paseante en
Chapultepec
Venid a este bosque, hombres que amáis la soledad y que buscáis inspiraciones. Veréis qué bello es, cuando en la alborada del día interrumpen las aves con sus silbidos el silencio con que se adormecía aquella naturaleza salvaje y misteriosa. La cumbre de los árboles más colosales se ilumina con el albor de la mañana y entonces resaltan más esas sombras, entre las que se mecen suavemente las ramas de la selva. Por entre esas ramas flotantes y sombrías, pasan algunos rayos de luz y uno que otro pájaro atraviesa esas ráfagas, volando perezoso.

Al mediodía, la luz del sol cae sobre el bosque, como una gasa de oro que flota entre las ramas. Entonces sorprende más ese hermoso contraste de sombras y de luz, que hace aquel sitio tan bello y misterioso. Uno que otro graznido, uno que otro canto interrumpe el silencio del bosque; porque las aves van en aquella hora a buscar sombra y frescura hasta la cumbre de los ahuehuetes y a esconderse del sol entre los ramosos brazos de aquellos árboles.

En la tarde, el cielo se tiñe en el Occidente, de rosicler y nácar, se inunda con un fulgor purpúreo o se extiende en él un velo de topacio. Sobre esa tela de luz que flota en el ocaso, veréis como se diseñan con sus grandiosas formas, con sus membrudos brazos y con su tupido y sombrío ramaje, aquellos ahuehuetes, que aislados y dispersos, forman en el bosque grupos pintorescos. Entonces vaga entre ellos ese pájaro que llaman crepuscular, porque sale a cazar insectos, a la hora en que el lucero de la tarde centellea entre las ramas de la selva. ¡Qué vago se percibe entonces en esta soledad el rumor de la corte populosa y el eco sonoro de las campanas, cuya voz resuena majestuosa, cuando el ángel de la oración baja a la tierra!

En la noche, la oscuridad del bosque es imponente, misterioso el silencio de aquel vasto recinto y poético el murmurio del viento rumoroso.

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Poesía | Cuento | Regularización

Calzada en
Chapultepec
Pero nada está más en armonía con la majestad y silencio de este antiguo bosque, que esa luz aperlada y suave, esa apacible claridad que la luna derrama sobre la copa de los árboles y esos rayos plateados del astro de la noche, que penetran entre las sombras, que vagan trémulos y brillantes cuando el follaje se agita al soplo de las auras. Entonces el silencio de la selva, interrumpido solamente por el murmullo de la noche, la luna que riela sobre las ondas de la alberca y las sombras de los árboles, cuyas formas fantásticas varían a cada instante, todo da a Chapultepec un aspecto salvaje y al mismo tiempo augusto y misterioso. Se transporta uno involuntariamente a los pasados siglos y cuando entrevé algunos árboles cubiertos con la niebla vagarosa, cuando escucha el murmullo de los vientos, le parece ver un guerrero que pasa por la selva, un cazador parado bajo un árbol y que se apoya en su arco formidable. Entonces, cuando se levanta de la alberca un vaporcillo que la luna platea ligeramente, parece que asoma entre las aguas una de aquellas beldades indias de los tiempos de Guatimoc y de Alvarado…

¡Qué majestuosos sois, soberbios ahuehuetes, y que venerable es vuestro aspecto, cubiertos con ese parásito ceniciento que crece sobre vuestras ramas y brazos gigantescos! Al verlos envueltos en él, se diría que el tiempo había ido acumulando sobre vosotros el polvo de los siglos. Ni las tempestades, ni el huracán, os despojan jamás de ese manto pardo y ondeante que os hace tan hermosos. ¡Vivid aún, por muchos siglos, árboles excelsos, que tantas veces habéis visto estallar sobre vuestras cabezas el rayo de los cielos!

¡Ah! Si en la soledad hay algunos genios que se recreen en contemplar las bellezas salvajes de una naturaleza vigorosa, magnífica y fecunda, yo les pido que sean propicios para vosotros y que os preserven de la barbarie de los hombres. ¡Ojalá y la presente generación no llegue a ver por el suelo vuestros enormes troncos, ni mutilados vuestros brazos, ni marchito el verdor de vuestras ramas! ¡Ojalá y un siglo que presume de civilizado, conserve y embellezca cada día más ese bosque, que los antiguos veneraron como sagrado y que lo dejaron a su posteridad, como un monumento de su civilización, como resto magnífico de una vegetación salvaje, exuberante y prodigiosa!

Luis de la Rosa


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