martes, 22 de mayo de 2018

INTERIOR DE LA ALAMEDA

Ilustración de Niceto de Zamacois
Escritor, historiador y periodista

La Alameda de México fue, en el siglo XIX, el principal paseo al que los habitantes de la capital concurrían para su recreación, caminando entre «las espaciosas calles de altos y copados árboles».

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Editoriales | Académicos

La Alameda de México es uno de esos puntos frondosos y pintorescos que inunda de placer el corazón de todo aquel que por primera vez penetra en las espaciosas calles de altos y copados árboles, cuyas sonantes ramas se enlazan formando una verde bóveda que impide que los ardientes rayos del sol alteren la grata frescura que reina por todas partes.

Cúpole la gloria de formar este delicioso paseo, al virrey D. Luis Velasco, el año de 1593; pero su extensión era casi la mitad de la que al presente cuenta, pues sólo llegaba hasta la línea de forman la puerta que mira a Corpus Cristi, la fuente principal y la entrada está frente a San Juan de Dios, quedando desde este punto, en que terminaba la Alameda, hasta San Diego, una sucia plazuela llamada el Quemadero, por estar destinada a este uso.

Dado el primer paso, siguiéronse haciendo continuamente algunas mejoras, siendo notables las que recibió en 1791, en que habiendo llegado a México uno de los virreyes a quines más debe esta populosa ciudad, el inmortal y sabio gobernante conde de Revillagigedo, tuvo singular empeño en hacer de este paseo uno de los puntos más interesantes; y para hacer desaparecer la repugnante plazuela del Quemadero, que formaba singular contraste con la frondosidad de la Alameda, hizo que esta se extendiera hasta el lugar que hoy ocupa, rodeándola de un pintoresco enrejado de madero pintado de verde, sostenido por 254 pilastras de cinco varas de alto y una en cuadro; y con el objeto de que las familias concurrieran a un lugar destinado al recreo y al placer, prohibió la entrada a él a todo el que no fuese calzado y vestido con alguna decencia.

Hecha la independencia, se construyo el ancho foso o zanja que hoy circunda a este magnífico paseo por la parte exterior: se colocaron las elegantes y elevadas puertas de hierro que cerraban antes de la independencia el magnífico recinto que hermoseaba la espaciosa plaza de armas, que estaba colocada la admirable estatua de Carlos IV: se enlosó el centro de las calles con las anchas losas que embellecían el presado recinto, y se construyeron los sólidos y vistosos asientos de las lunetas y glorietas, con el labrado balaustrado de cantería que les sirve de respaldo.

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Transcripción | Corrección | Reseñas

Familias y parejas
Además de estas notables mejoras que tanto realce dan a la pintoresca Alameda, se han hecho dos hermosas fuentes, una en la luneta que mira al convento de San Diego, y la otra al mirador, que el año de 1846, con motivo de la entrada del general Santa Anna, se llenó de sangría para obsequiar al pueblo.

El delicioso paseo que nos ocupa, y que es de figura cuadrilonga, tiene 540 varas de largo, y 260 de ancho, y en sus cuatro lados ostenta larguísimos y sólidos asientos de piedra, a quienes sirve de respaldo una pared que lo cerca por todas partes. Entre estos asientos, que están sombreados por copados árboles colocados frente a ellos a distancia de vara y media, y entre otros álamos que se encuentran a diez varas de distancia de los segundos, formando con estos una paralela, están las cuatro calles destinadas al paso de los carruajes y de la gente que concurre a caballo.

Las otras calles que, en número de treinta, embellecen la deliciosa Alameda, tienen cada una siete varas de ancho, y están cercadas todas ellas por una y otra parte, de espaciosos jardines con balaustradas de madera pintadas de azul, y de frondosos árboles, siendo el número de estos en toda la Alameda 2.054, y el de jardines 24.

Colocados simétricamente y en distintos puntos del paseo, se descubren siete fuentes de exquisito gusto, incluso la que se ostenta en el centro de la Alameda, que es precisamente la que representa la litografía que acompaña a este artículo, y de la cual trataremos más adelante con alguna minuciosidad. Cada una de estas siete fuentes está colocada en una espaciosa glorieta, primorosamente enlosada y rodeada de cuatro elegantes bancos de piedra sombreadas por espesos y elevados árboles, que impiden que los ardientes rayos del sol hieren a las personas que se sientan a gozar del fresco ambiente que en las hermosas mañanas y tardes de Primavera se disfruta en tan ameno cuanto pintoresco sitio.

Estas elegantes y sólidas bancas, cuyo número total asciende a 46 y que colocadas en los principales puntos de la Alameda, además de la gran comodidad que prestan, sirven para realzar más y más los encantos de tan delicioso paseo.

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Poesía | Cuento | Regularización

Fuente principal
De la glorieta en que se encuentran la fuente principal, parten, formando estrellas, ocho calles, que conducen, una a la puerta que da a Corpus Cristi; otra a la que se halla frente a San Juan de Dios, dos a las puertas que miran a San Diego una, y la otra al Mirador, atravesando por dos glorietas en que no hay fuentes y que se comunican con cuatro calles cada una; y las restantes que conducen a las puertas principales de la Mariscala, Puente de San Francisco, Portillo de San Diego, y la Acordada, las cuales atraviesan por las cuatro fuentes con sus respectivas glorietas de seis espaciosas calles.

La lindísima glorieta en que está colocada la hermosa fuente principal, está cuidadosamente enlosada, cercada de largo y sólidos asientos de piedra, defendidas por elevados y copados fresnos y de preciosos jardines cubiertos algunos de delicadas flores: la circunferencia de tan admirable glorieta es de 116 varas, y la taza principal de la fuente, que está llena de preciosos juegos hidráulicos y de sorprendentes surtidores, pasa de 58 varas.

La fuente, propiamente dicha, es de fierro colado, de sumo gusto, a cuyo pié se ven cuatro tritones tocando el terrible caracol a cuyo sonido obedecen las aguas: sobre la cabeza de estos fabulosos tritones, mitad hombres y mitad pescados, se deja ver otra elegante taza que recibe el transparente líquido que vierte una hermosa estatua hecha de fierro colado, desnuda hasta medio cuerpo, en cuya cabeza se ostenta un gran racimo de uvas que le bajan hasta la cintura, y que representa a una de las Bacantes de la mitología.

En esta pintoresca glorieta, cuya belleza no es dable encarecer debidamente, es en donde se suelen celebrar las fiestas nacionales del día 16 de septiembre, aniversario del grito de independencia dado en Dolores por el cura Hidalgo; del 27 que recuerda la entrada del ejército trigarante mandado por Iturbide; y del día 28, destinado a celebrar las honras de las víctimas de la patria. En este mismo lugar, lleno de encantos y que convida al hombre a gozar de las horas destinadas al recreo y a la meditación, celebraron los ciudadanos franceses, inglese y sardos, residentes en México, en 1855, el triunfo de las armas francesas sobre los rusos que defendían Sebastopol.

La hermosa Alameda de México, cuya descripción acabamos de hacer, es, no obstante la belleza expresada, susceptible de mejoras muy grandes, que la colocarían al nivel de los más afanados paseos de Europa.


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