lunes, 17 de diciembre de 2018

TRAJES DE INDIOS MEXICANOS

(Camino de Tacubaya a Chapultepec)
Ilustración de Florencio María del Castillo
Escritor, periodista y político

Los trajes y vestimentas, de los distintos estratos sociales en México, son un aspecto que atrae al visitante extranjero. El atuendo indígena siempre se ha caracterizado por ser humilde y pintoresco.

Banner de Lemnos Drawing
Editoriales | Académicos

Entre todas las láminas que forman esta notable y hermosa colección, la que tenemos al frente es una de las que más elogios merecen y con justo título llaman la atención. El tipo, el aire, los trajes de los indígenas, están tomados con una exactitud maravillosa. Los artistas que han hecho este cuadro, deben estar orgullosos de su obra. Entusiastas por todo lo bello, por todo lo verdadero, aún a truque de ofender su modestia, queremos consignar aquí el tributo de nuestra admiración, excitándolos a seguir en una carrera que puede proporcionarles envidiables triunfos.

La raza indígena, que forma mucho más de la mitad de la población de la República mexicana, yace actualmente sumergida en la abyección más profunda y en una miseria espantosa. Dueños hace trescientos años de este país, ricos, fuertes y respetables, apenas se puede hoy comprender hasta qué punto estaban civilizados; imposible es adivinar en esas familias degeneradas y embrutecidas, los restos de un gran pueblo, que ha dejado un nombre ilustre y glorioso en las páginas de la historia.

En tiempos de la conquista, Tenochtitlan era una ciudad muy populosa, capital de un gran imperio, que había logrado hacer su nombre respetable en medio de todos los pueblos que ocupan el vasto territorio que forma hoy la República.

Tenochtitlan estaba poblada de templos y palacios, cuya descripción maravilla aún ahora que estamos acostumbrados a ver los prodigios de la civilización. Sus calles eran regulares y existía una verdadera policía.

En punto a artes, industria y conocimientos astronómicos, los mexicanos estaban muy instruidos, sus artefactos de pluma, sus estatuas, sus obras de metal, se conservan para testimonio de su cultura; su calendario es una obra maestra de precisión y exactitud: no usaban escritura; pero sus jeroglíficos servían para la trasmisión de sus ideas, aún las más abstractas. No ha faltado escritor que asegure, que los mexicanos estaban mucho más adelantados que la civilización que los mismos egipcios.

Banner de los servicios editoriales de Lemnos Drawing
Transcripción | Corrección | Reseñas

Arrieros rumbo
a la capital
Pero verificada la conquista, el celo religioso de los primeros misioneros, llevado hasta el fanatismo, destruyó los más preciosos objetos, imitando la barbarie de los destructores de la biblioteca de Alejandría. La ignorancia de los frailes, le hacía ver en toda pintura, estatua o monumento, un motivo de idolatría, y sin piedad fue entregado a las llamas cuanto cayó en sus manos. He aquí como se perdieron tantas páginas de la historia de ese pueblo, dejando insoluble el problema de quienes fueron los pobladores del Nuevo Mundo.

Se impuso a los mexicanos el cristianismo, no como una religión de paz, de amor, de fraternidad y civilización, sino como la ley del vencedor, apoyada en el hierro y la amenaza.

Se trató a la raza conquistada, no como a un pueblo de hermanos, al cual se civiliza, sino como una grey de esclavos a quienes va a castigarse. No exageramos: ahí está la historia que refiere crueldades sin ejemplo, atentados junto a los cuales el tormento de Cuauhtemotzin, es coa común e insignificante.

En poco tiempo la raza indígena, antes inteligente, robusta, orgullosa, degeneró y se disminuyó, no valiendo para cortar el mal, ni aún la voz enérgica de Fr. Bartolomé de las Casas, a quien la indignación prestaba fuerza y elocuencia.

Los españoles y sus descendientes, fueron siempre intolerantes y orgullosos con su color. Se creyeron superiores a los indígenas, a quienes fue preciso que una bula del Papa declarase seres racionales.

El indígena jamás vio en los dominadores un hermano; siempre estuvo tiranizado, humillado, vejado. La línea que divide a las dos razas, nunca se ha salvado.

No se ha procurado la civilización y el mejoramiento de esa raza; apenas de tiempo en tiempo han héchose esfuerzos aislados, y lo peor de todo es, que verificada la independencia, hemos heredado todos los vicios de nuestros dominadores, quienes si presentan como timbre de gloria los edificios que han sembrado en nuestro suelo, las costumbres, el idioma, la religión que nos han legado, también dejan como eterna acusación el abatimiento y la destrucción de un gran pueblo, la degeneración de una parte de la humanidad.

Porque los indígenas humillados, perseguidos, amenazados, convertidos hasta en bestias de carga, se retiraron de las ciudades a los bosques.

El sentimiento de independencia, tan natural en el hombre, fue la primera causa de este aislamiento. Los ascendientes de estas familias vivieron en medio de la ignorancia; y de aquí proviene la decadencia progresiva de sus descendientes.

Los que permanecieron al lado de los españoles, humillados y envilecidos por la servidumbre, que gasta y domina a los más nobles caracteres, degeneraron aún más rápidamente.

De esta manera la raza indígena ha permanecido aislada, conservando su idioma y una mezcla confusa de su antiguo traje y sus tradiciones.

Banner de servicios académicos de Lemnos Drawing
Poesía | Cuento | Regularización

Familia camino
a Tacubaya
Hay poblaciones enteras de indígenas, especialmente en el interior de la República, que conservan sus usos y costumbres, y que ejercitan todavía muchas prácticas idolátricas, aunque disfrazadas con un leve tinte de cristianismo.

No se han hecho esfuerzos por civilizar a la raza indígena y mezclarla con las otras. Los curas, que deberían ser los encargados de esta obra, jamás piensan en ella, sino que se contenta con vivir lo más tranquila y cómodamente que pueden, procurando no chocar con las preocupaciones de sus feligreses.

La población indígena de los pueblecillos que circundan a México, es muy variada, y sus habitantes, un poco civilizados con el trato y las relaciones comerciales, son afables y humildes.

Su traje es pintoresco, pero miserable: el defecto de que el indio jamás se cura, es la avaricia. Atesora cuanto gana, lo esconde bajo tierra y pasa su vida comiendo maíz cocido, y vestido de una tela de lana que él mismo teje. No es raro que al morir deje cantidades muy regulares.

Las mujeres que trabajan más que los hombres y que recorren distancias muy grandes para venir a vender a México alguna miserable mercancía que cargan a cuestas en compañía de sus hijos pequeñuelos, visten generalmente una tela de lana azul, enredada en la cintura, que cae hasta la garganta del pie. El complemento de este vestido, es una manta de otro color, cuadrada, con una abertura en el centro, por la cual pasan la cabeza y que cae adelante y atrás, dejando expedito el movimiento de los brazos.

El traje de los hombres varía, desde el simple calzón blanco, como lo lleva el indígena que carga cañas de maíz, hasta las calzoneras de cuero de venado del anciano, que con huacal en la espalda viene a vender gallinas. Los indígenas más miserables, visten solamente la calzonera de cuero. Todos usan el sombrero tendido de palma tejida.

La piel de los indígenas, especialmente la de los trabajadores en las haciendas, es verdaderamente miserable. Nosotros desearíamos que se dictaran medidas eficaces y meditadas, a fin de mejorar su suerte, de instruirlos, educarlos y elevarlos al rango de ciudadanos. La República ganaría mucho con esto.

Sea como fuere, los indígenas son muy útiles. Ellos son los que proveen a México de vituallas, de carbón, y de mil objetos de primera necesidad.

Podría hacerse un tomo describiendo los rasgos característicos de los indígenas, su idioma, que prefieren al español, el traje que usa cada clase, por decirlo así, y sobre todo, los gritos de los diversos vendedores.

Nosotros nos remitimos a casi todas las estampas, en las cuales los dibujantes han tenido que cuidar de daguerrotipar, perdón por el verbo, la población de esta capital, desde la escogida que concurren al templo y el paseo, hasta la ínfima que circula por las calles. Allí verán al indígena, en sus mil variaciones: ora con sus inmensos tercios de carbón en la estampa de un santo en un rústico estandarte de ramas: tan pronto arrendado a un burro, compañero inseparable de sus trabajos y emblema de su condición, como trabajando la tierra o comerciando.


Banner de Lemnos Drawing
Editoriales | Académicos



¡COMPARTIR ES EL MEJOR REGALO QUE ME PUEDES HACER!

3 comentarios:

  1. Una historia tan triste y poco estudiada, como cierta. Gracias por el texto.
    ¿Podrías recomendarme algunos libros acerca de las costumbres, artes y ciencias prehispánicas, y, o, indígenas?
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Una historia de mis ancestros Mexicanos de los cuales me siento orgulloso de mis raíces y nunca renegare de mí descendencia

    ResponderEliminar
  3. Aún tuve la oportunidad de ver está vestimenta, en años no tan atrás como 1970 en mi estado natal de Tlaxcala. Yo mismo aún conservo tradiciones como bailar el xochipitzahuatl "mujer menudita o flor delgadita". Ahora las nuevas generaciones solo le dicen el baile del guajolote. Pero antaño era de gran respeto bailar este son tradicional de mi tierra y espero que cuando se casen mis hijos también bailar este bonito jarabe tlaxcalteco.

    ResponderEliminar