martes, 15 de mayo de 2018

TEATRO NACIONAL DE MÉXICO

Ilustración de Niceto de Zamacois
Escritor, historiador y periodista

La Ciudad de México, en el siglo XIX, contaba con un teatro que correspondía a los opulentos edificios que la adornanban. Una suntuosa construcción con una fachada elegante, con la cual solo podía competir el Teatro de Tacón de la Habana en toda América.

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En una de las ciudades, si no la más comercial, si de las más hermosas de toda América, como es México, de todo punto necesario era un teatro que correspondiera a los suntuosos edificios que la adornan, y a la indisputable ilustración y delicado gusto de los hijos de este hermosos y privilegiado suelo. Contaba, es cierto, entre otros de segundo orden, con el coliseo conocido con el nombre de “Principal”, en donde han trabajado muchas de las notabilidades europeas, tanto pertenecientes a las compañías de ópera, como las dramáticas; pero aunque de bastante capacidad ese coliseo, y de suficiente mérito para la época en que se construyó (1752), no lo era así para el siglo en que vivimos, en el cual se ha llevado, sobre edificios de esta naturaleza, la perfección y el gusto hasta el más alto punto.

Difícil, sin embrago, hubiera sido haber construido otro teatro que correspondiera a la categoría que ocupa esta capital entre las demás de la América, a no haber concebido tan plausible pensamiento un infatigable mexicano D. Francisco Abreu, quien deseando embellecer el suelo en que rodó su cuna, y haciendo frente a los obstáculos que se le presentaron, invirtió todo su capital, que era bastante considerable, y parte del de algunas personas de su posición, que secundaron su pensamiento, para llevar a cabo la obra a que nos referimos, comprando las espaciosas casa número 11 y 12 de las calle de Vergara, y haciéndolas derribar inmediatamente para dar principio a la construcción del teatro.

Dado el primer paso, el Sr. Abreu trató de seguir con la misma actividad con que había empezado; y el 18 de febrero de 1842, colocó la primera piedra el primer magistrado de la República, que lo era entonces el general D. Antonio de López de Santa Anna, motivo por el que se le puso al edificio el nombre de “Teatro de Santa Anna”, al cual ha venido a sustituir el de “Nacional”, desde que aquel personaje se vio precisado a abandonar el país y el mando.

La obra le fue encomendada al entendido arquitecto D. Lorenzo Hidalga, que, aunque nuevo en el país, gozaba de una reputación que ha sabido conservar, por el acierto, gusto y solidez que brillan en todos los edificios que ha dirigido, y muy particularmente en el de que nos ocupamos, que fue estrenado, aunque no del todo acabado, con los grandes bailes de máscaras que tuvieron lugar en el Carnaval del año de 1844.

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Paseantes
indígenas
El Excmo. Ayuntamiento, viendo que continuaba la construcción del teatro, con largas interrupciones originadas de la falta de numerario, facilitó al Sr. Abreu 85, 000 duros de los créditos que tenía contra el tesoro nacional, recibiendo en remuneración la propiedad de tres palcos que el empresario con toda voluntad le concedió.

Este suntuoso edificio, con el que sólo puede competir en América, el Teatro de Tacón de la Habana, costó 351, 000 duros, y las medidas que cuenta son las siguientes: Diámetro de las paredes curvas, 25 varas: la elevación de las mismas desde el piso de la calle, 22 varas 2 pulgadas: grueso de ellas, 32 pulgadas: ancho del edificio en la parte del escenario, 41 varas 26 pulgadas: elevación de las paredes laterales, exteriores laterales a la escena, 22 varas 2 pulgadas: grueso de las mismas, 32 pulgadas: ancho de la escena entre las pilastras que sostienen el techo, 22 varas 20 pulgadas: ancho de las pilastras, 36 pulgadas: espesor de las mismas, 28 pulgadas, y fondo de todo el edificio desde la calle de Vergara hasta Betlehemitas 67 varas.

La Fachada de este magnífico teatro es elegantísima, y ocupa un frente de 29 y media varas: cuatro colosales columnas de esquisto gusto, se ostentan a la entrada, encima de las cuales luce un largo balcón corrido perteneciente al parador y funda que existe en el mismo edificio: subiendo cuatro cómodas gradas de cantería, penetra uno en el primer vestíbulo, ancho y espacioso, del cual se pasa a un admirable patio rodeado de columnas sobre las que descansan espaciosos corredores, y cubierto por una bóveda de cristales.

De este anchuroso patio que tiene 13 varas de ancho y 32 de largo, y que sirve para que el público pueda refrescarse antes de salir a la calle, se pasa al centro del teatro cuyos elegantes palcos sostenidos por columnatas primorosamente trabajadas, dejan admirado al que por vez primera penetra en aquel hermoso recinto, que tiene capacidad para 3, 000 espectadores.

Nada se ha descuidado para hacer resaltar el mérito de este gran teatro, que puede competir con muchos de los que pasan por obras maestras de arte en Europa: guardarropa, excelente café, mesas de billar y cómodas habitaciones se encuentran en él: en una palabra, cuantas comodidades puedan apetecerse, existen en el magnífico edificio que nos ha tocado describir.

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Carruaje frente
al Teatro Nacional
Aunque aquí debiéramos terminar este artículo, no lo hacemos porque creemos que nuestros lectores nos agradecerán el que les digamos algo, ya que hemos hablado de un teatro, sobre los primeros que se construyeron en esta capital después de la conquista.

Las primeras representaciones, después de la entrada de los españoles tuvieron lugar en Tlaxcala en 1539, y en México en 1578, en que con motivo de una fiesta religiosa, hicieron representar los jesuitas a los estudiantes, unas comedias religiosas, que no carecieron de méritos; también se representaban en las iglesias los autos sacramentales, como se ve por los concilios mexicanos, en que hay cánones que prohíben representar los expresados autos en los templos dedicados al Señor.

La jura de los reyes, cumple años de los virreyes o algún otro acontecimiento notable, se celebraba en el siglo XVII, con comedias, que generalmente se representaban en palacio; y el domingo 11 de junio de 1662, infraoctava de Córpus, según se ve en el Diccionario universal de historia y geografía hizo el virrey que la comedia que se había representado en el teatro del cementerio de la Catedral, según costumbre, la representasen sobre tarde en el patio de palacio, en donde está la pila, para que la virreina y criados la viesen.

Pero el primer teatro que mereció tal nombre, fue el Principal, que se construyo a fines del siglo XVII, en el edificio conocido por Hospital Real, y el cual se quemó por un descuido el 20 de enero de 1722, el mismo día en que se debía representar, como estaba anunciado, la comedia intitulada: “Aquí fue Troya”.

Destruido el teatro por el incendio, se construyó otro, también de madera como el primero, en 1725, en el sitio que hoy ocupa el Principal; mas como llegó el transcurso de algunos años a deteriorarse, lo derribaron para fabricar el actual, que se comenzó en enero de 1752, y que ha sido el más capaz y cómodo que ha habido en México, hasta que el Sr. Abreu, con su infatigable celo, hermoseo esta populosa capital con el suntuoso Teatro Nacional de que nos hemos ocupado, y cuya fachada está exactamente dibujada en la estampa litográfica que acompaña a este artículo.


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